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Trade - El ultimo dia

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Ya eran las tres de la tarde, seguramente otro día común en aquella curiosa universidad.
Los viejos edificios del campus, datados del siglo XVIII y de estilo barroco casi en su totalidad, se encontraban en un extraño silencio para el común del tiempo a estas horas en las que la mayoría de los estudiantes salían de sus dormitorios/departamentos (ubicados en los edificios más amplios de todos en el ala norte) para verse con algún profesor, ir a clases o simplemente salir a caminar o “chacotearle” un rato, pero había una explicación… era veinte de Junio, las últimas sesiones de clases habían sido el día anterior por lo que en este se concentraba a todo el alumnado al centro del enorme campus, ahí donde un viejo teatro, al mero estilo griego, se mostraba imponente y repleto de estudiantes ya cansados de las numerosas presentaciones que tenían que ver y escuchar. Ya les era indistinto una tragedia de la comedia y una sonata de la sinfonía.

De entre todos aquellos estudiantes, medio dormidos, medio hambrientos, se encontraba un par que parecían ser inmunes a las ocho horas continuas de sobre exposición cultural sufridas; habían pasado las anteriores cuatro burlándose a susurros de cuanta cosa se presentaba, pues de lo contrario habrían caído dormidos al escuchar el segundo acto del Mercader de Venecia hacía dos conciertos atrás.

-Ya no aguanto… ¿Hasta cuándo nos vamos a quedar aquí? –preguntó una joven de pelo rojizo y amelenado; usaba unos lentes rectangulares que ocultaban un poco sus ojos verdes y desviaban la mirada de lo que los hombres suelen verle a las mujeres, o por lo menos eso creía su compañero. Ella aún no cumplía los veinte per su voz sonaba un tanto juguetona y maternal a pesar de lo que había sufrido pocas semanas atrás.

Su compañero, un joven de unos veintidós años sonrió e hizo un ademan con la mano en respuesta sin desviar la mirada de la nada. Tenía el cabello corto y de color castaño, era robusto y bien podría parecer el guardaespaldas de ella si no fuera por los logotipos de su playera o aquella vieja gabardina gastada que siempre usaba hiciera frío o calor, sin mencionar su constante sonrisa que ante todo asomaba por sus labios.

-En serio, me duele la espalda… o dame la llave y ahí te espero.

-Solo quiero ver a Rogelio, le toca en la siguiente…

-No va a salir.

-¿Eh?, ¿Cómo que no va a salir?- preguntó con cierta sorpresa su amigo. Solo había asistido ahí por ese cigarro que tanto le había presumido el solo de Guitarras del Sur.

-Tuvo que adelantar sus vacaciones por una emergencia familiar…. ¿Por eso me obligaste a…?

-Vámonos…

Ambos se pusieron de pie sin chistar y caminaron hacia la escalera, separados por unos cuantos escalones para que no pareciera que iban juntos pues se escaparían de aquella otrora divertida presentación de los trabajos finales de los distintos colectivos y grupos musicales, dancísticos y dramaturgos de la universidad. Sin mucho problema burlaron a los guardias y salieron presurosos hacia su cuarto.

El camino no era nada del otro mundo; un antiguo sendero pavimentado con árboles a los lados y una calle de dos vías para automóviles a su derecha, mientras a su izquierda pasaban lentamente los rayos del sol bañando ese prado que muchos, incluyéndolos, usaban para pasar sus siestas domingueras o hacer alguna reunión de camaradas (incluso algunos amantes se aventuraban a ir más lejos en las noches de Luna llena por lo que el sobrenombre de “Campos Jariosos” no podía ser más claro). ¡Qué hermoso era el camino al ala Norte!

-Pensar que nos perderemos de esto… ¿Crees que valga la pena el viaje?- preguntó aquella aleonada mujercita, Caty para los que la conocían.

-¿Valerlo?, Cat… tenemos tres meses planeando esto, ¿Te quieres rajar tan pronto?

-No, no, solo digo que… es en verano cuando esto se llena de vida… sabes que quiero verlo.

-¿A quién?- preguntó con una pequeña sonrisa burla el joven de cabellos castaños.

-A él- contestó Caty un poco avergonzada. De todos sus amigos, él que era su compañero de “departamento” sabía bien de quien se refería.

-¿A Mauricio?

-Cállate…

-Mmmm ¡Ya se!, Es Jují ¿Verdad?

-Ya cállate Mario, o te juro que voy a hacer que la broma de Ezequiel parezca un chiste infantil.

-Ahí muere…

Siguieron su camino, tranquilos y a un paso que pocas veces tomaban en ese sendero. Pronto los campos y el camino dieron paso a un pequeño grupo de edificios campiranos, un pequeño kiosco francés y una fuente con esculturas de las musas de la música y la poesía. Habían llegado a la primera villa habitacional de aquel inmenso territorio universitario y, especialmente, en la que ellos habitaban por lo menos diez meses al año.
El camino pronto se dividió en dos, uno seguía de largo pasando por la orilla sin internarse en ningún momento dentro de aquellos edificios; Villa del Sol era su final y se cruzaba por otras siete más grandes que la primera. Ellos vivían en la villa “del vento”. La más pequeña del lugar.
Como era de suponerse el lugar estaba vacío; casi nunca escuchaban el sonido del agua tan claramente ni veían el lugar completamente solo, ni siquiera en la madrugada cuando era más bien al contrario de lo que todos esperaban por las acostumbradas “tertulias” que los letrados hacían en aquel típico escenario francés que distorsionaba un poco aquella imagen barroca de los pequeños edificios de alrededor de esa plaza.
No había ni un alma; todos los negocios estaban cerrados inclusive la tienda del árabe. Era un pueblo fantasma repleto de esculturas y adornos extravagantes, jardineras bien cuidadas y farolas de dragones opacadas por la luz del día.

-Da miedo… -susurró Caty mientras caminaban por la adoquinada plazuela.

-Si no fuera porque sabemos que hay “tertulia general” pensaría que estamos ante un apocalipsis zombi… lo sé, demasiadas películas e historias de eso.

-Siempre arruinas la situación- le recriminó su amiga antes de darle un caderaso que más pareció un empujón sobre su muslo.

-Vamos, quiero dormir un poco antes de acomodar las maletas, además alguien debe de afinar su guitarra.

-¿Por qué tienes que hablar de cosas feas Mario?

-Porque me gusta molestarte… siempre que pones esa cara eres una lindura.

Instintivamente se abrazaron unos momentos; como buenos amigos siempre se habían apoyado en todas las situaciones incluso cuando “los novios” rompieron sus corazones.
Tenían ya cuatro años en ese lugar de los siete que comprendía su carrera. No tenían prisa alguna por salir de aquel hermoso mundo de fantasía pero ambos debían acudir a un llamado, ese que en la juventud a todos nos exprime y se llama curiosidad, ¿Qué de qué tipo? Pues de aquella que pega cuando te la pasas metido en los libros que tanto describen Venecia o Italia, de aquella curiosidad que embarga a las juventudes y los hace exclamar “Algún día estaré ahí”.
Una pequeña historia de aquellas que van apareciendo de las ensoñaciones por pensar demasiado en que escribir jeje.
Escrito como un viejo pendiente para ~CMT94


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